Los zapatos de Avinoam, capítulo uno
Avinoam descubre su neshamá
Avinoam respiró profundo, muy profundo y miró hacia el cielo.
-Sí! ¡Hoy me voy a animar! – y comenzó a avanzar con ojos asustados.
Los árboles eran tan altos que casi no se les veía la copa. Eran demasiados y estaban muy juntos, y a medida que avanzaba, el camino se hacía angosto, oscuro y húmedo.
Ahora más que nunca sentía lo resbaladizo que podía llegar a ser el musgo, y oía el cric-crac de sus zapatillas pisando las ramitas caídas. Cada dos pasos, tropezaba con alguna raíz de un árbol viejo que sobresalía camuflada bajo la suave alfombra verde, y hacía toda clase de piruetas para no caerse.
Era ya la tercera vez que se atrevía a entrar en ese gigantesco bosque y ahora por fin Avinoam estaba decidido a seguir adelante. Su constante afán en buscar aventuras, le llevaba siempre a descubrir un paraje nuevo, pero nunca, nunca, en sus once años de vida, había encontrado un lugar tan misterioso y fascinante como ese.
Cuando vio el bosque por primera vez, creyó estar soñando y tuvo la curiosidad de investigarlo a fondo, a pesar del miedo que en los momentos más difíciles del recorrido lo paralizaba; sabía que allí había algo muy especial, algo que le atraía con mucha fuerza.
Tras mucho caminar y saltar por encima de las piedras más grandes que había visto en su vida, se asombró al llegar a un sitio muy iluminado. Con la precisión de un rayo laser, el sol atravesaba la frondosidad de los árboles, y la brillante luz caía justo sobre un montón de tierra perfectamente moldeado por el viento y la lluvia en forma de un gran sillón.
- ¡Parece un trono!- pensó Avinoam - ¿De quién será?
Lentamente se acercó, tratando de no hacer ruido y frunciendo su pecosa naricita respingada, olfateó con deleite.
- Mmm, qué aroma más delicioso, mmm a canela y rosas… o ¡quizás a miel y limón!
Silenciosamente, unos pájaros se posaron en el respaldo del sillón y cantaron la canción más hermosa que jamás habían escuchado sus oídos. Todo su ser estaba inmerso en un estado de dulzura inigualable. Hasta le pareció que sus movimientos iban en cámara lenta, si levantaba la mano para acomodarse la kipá, tardaba en llegar a tocarla. En ese lugar, el tiempo parecía detenerse. Sus ojos ya no estaban tan intranquilos por recorrer el camino. Todo era perfecto, quería quedarse allí para siempre.
De pronto sintió un vacío en su interior, se acercó lenta, muy lentamente al sillón para sentarse pero… ¡algo que no podía ver parecía estar ya ocupando ese lugar!
Se apartó con mucha cautela, dando cuatro pasos hacia atrás, y ansiosamente sacó de su mochila uno de los chocolates que su mamá le compraba en ocasiones especiales, muy especiales, por ejemplo, cuando estudiaba más de lo común, cosa que… ¡no hacía a menudo! Quitó la envoltura con una lentitud poco habitual para el momento, llevaba largo tiempo sin comer; su estómago se lo estaba reclamando.
Y, cuando abrió la boca para morder la exquisita golosina… percibió una brisa suave y tibia que lo envolvía tiernamente como los brazos de su mamá.
- ¿Vendrá del mismo lugar que la luz? - Se preguntó, y giró para ver de dónde provenía, pero no vio nada.
Con el chocolate en la mano tuvo coraje de acercarse al sillón. La intensidad del calor era mayor. De pronto, le pareció que sus oídos captaban un sollozo, un leve llanto delicado, frágil y profundo… Estaba muy conmovido, tanto que con una ternura ilimitada le dijo:
- ¡Psss! Dulce voz… no llores… todo es tan bello aquí, no hay nada que temer... ¿Quién eres? ¿Dónde estás que no te veo? ¿Eres invisible?
- Una voz suave y sutil, comenzó a tomar forma. Salía del silencio del bosque como una delicada melodía que se dirigía directamente hacia la luz.
- Sí, a tus ojos soy todavía invisible, pero estoy aquí, a tu lado - Escuchó Avinoam con gran sorpresa.
- ¡Te convido, mi chocolate es delicioso!, no habrás probado nada igual en tu vida… Imagínate que mi mamá, lo llama “Quita-penas” ¡porque siempre tiene el poder de alegrarme! – respondió Avinoam intentando consolarla.
- No, ¡gracias! –
- ¿Por qué no? ¡Con lo que me cuesta compartir lo que me gusta!
- ¡Gracias! Es que no como chocolates.
- ¡Con lo sabrosos que son! ¿Y qué comes?
- No como la misma comida que tú. Tú comes para deleitarte… pero yo no.
- Y entonces…. ¿qué comes?
- ¿Puedes verme?
- ¡No! ¡Cómo te voy a ver si me parece que no tienes cuerpo!
- Por eso mismo no necesito chocolate. Mis fuerzas provienen directamente de las berajot que recibe HaShem.
- ¿De las berajot? Pero tú… ¿Quién eres? ¿Qué haces aquí?
- Soy una neshamá, y vine aquí por un día.
El asombro hacía casi saltar las pecas en la naricita de Avinoam.
- ¡Nunca me había encontrado con una neshamá! Bueno… sí… leo tu nombre en la tefilá, pero… ¿qué quiere decir?
- Quiere decir que soy invisible a los ojos del cuerpo porque estoy siempre oculta en su interior.
- ¡Ahhh! ¿Y por qué ahora no estás dentro de un cuerpo?
- Porque vine a cumplir una misión super especial.
- Entonces… ¡Vas a entrar en mi cuerpo!
- ¡No, no! Tú tienes tu propia neshamá que está contigo desde que naciste.
- Mmm… yo no la noto… No me habla…
- Es por eso que estoy aquí, para que te des cuenta de qué es una neshamá. Ella sabe exactamente lo que necesitas.
- ¿Y tú? ¿También sabes qué me gusta?
- Sí, porque tu neshamá me lo está diciendo. Nosotras nos comunicamos de tal forma que intercambiamos hasta el más pequeño de los secretos.
- Si sabes tanto, ¿me podrías decir para qué vine al mundo? Nadie sabe contestarme eso.
- Viniste… o mejor dicho, tu neshamá vino a realizar muchas acciones buenas que ayuden a todas las personas a mejorar este mundo y todos los mundos.
- ¿Otros mundos? ¿Quieres decir que existen otros planetas?
- ¡No se trata de planetas! Así como existe este mundo que ves, hay otros mundos espirituales donde están todas las neshamot que una vez estuvieron aquí también.
- ¿Y por qué volviste?
- Vine para que me conozcas, pero la verdad es que no sé si voy a poder soportarlo… sólo han pasado cinco horas desde que llegué y no puedo parar de llorar. Estoy muy triste, quiero volver a casa junto a HaShem.
- Si HaShem solamente quiere nuestro bien, ¡quiere que estemos siempre alegres! ¿Por qué no regresas?
- ¡Acertaste! Esa es la razón por la que me ha enviado. Como te dije, es importante que reconozcas a tu neshamá, porque eso es lo único que te hará verdaderamente feliz. Si logras escucharla, verás que ella es quien sabe todos los secretos de la vida y quien te puede guiar en este mundo.
- ¿Y cómo se hace? ¿Cómo voy a reconocerla? ¿Son mis pensamientos mi neshamá?
- Digamos así, tu neshamá te contesta silenciosamente a todos tus actos, se alegra cuando cumples las mitzvot y se entristece cuando no lo haces. Ella, como tus papas quieren que seas un gran hombre, bueno y alegre.
- ¿Puedes decirle a mi neshamá que me hable tal y como lo estás haciendo tú ahora mismo?
Las dos neshamot intercambiaron una melodía deliciosa, con una sensibilidad y amor increíbles. De pronto, Avinoam sintió su corazón palpitar, su boca sonreía de oreja a oreja, y además, las lágrimas dulces que salían de sus ojos verdes zambulleron sus pecas en un mar de alegría. Todo su cuerpo comenzó a danzar, a moverse de un lado a otro, brincando y riendo.
- ¡WOW! ¡¡¡Mi neshamá me ha hablado!!! ¡Sí, lo ha hecho gracias a ti!
- ¡Espera! Para entenderla tienes que concentrarte en lo que más te gusta de ti, en aquello que tu familia y tu moré te dicen que sabes hacer mejor que nadie. Sí, cuando eres, como ellos dicen, “todo un artista”.
La curiosidad de Avinoam crecía más y más, tenía tantas preguntas… pero cuando iba a preguntarle a la neshamá, escuchó un estruendo, quiso volver a casa pero estaba paralizado por el miedo...
Continúa.
Zambullida!
Para que padres y educadores trabajen con los chicos
El ser humano tiene cuerpo y neshamá. El cuerpo necesita alimentos materiales y la neshamá también pero son espirituales.
- ¿Qué es el alimento espiritual?
- ¿Alguien lo ha comido?
- ¿Quiénes y cuando lo hicieron?
- ¿Qué bendición decían antes de comerlo?
- ¿Existe aún ese alimento espiritual?
- ¿Dónde está?
- ¿Dónde estás?
Las respuestas las daremos en la próxima entrega del siguiente capítulo de Los zapatos de Avinoam.
© 2011 Avico, ravdavid@orpnimi.org.il
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